Arquitectura es lo otro (Enrique Granell, 2005)

La conferencia de Enrique Granell titulada La arquitectura es lo otro (12 de diciembre de 2005) formó parte de la Jornada Temática Seminario Hibridaciones de la edición AlNorte 2005.

Arquitecto y profesor de Historia del arte y de la arquitectura en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona. Ha comisariado las exposiciones Cuixart, 50 años de pintura (1990), Mundo de Juan-Eduardo Cirlot (1996), Juan Navarro Baldeweg (1999) y Dau al Set (2000), entre otras. Ha escrito monografías sobre Ramón Bescós y Rafael Moneo, publicando asiduamente en distintas revistas de arte y arquitectura. Acaba de editar con Siruela En la llama, edición de las obras poéticas completas de Juan-Eduardo Cirlot entre 1943-1959.

Conferencia

La arquitectura es lo otro, Enrique Granell

A pesar de que la arquitectura se haya tenido como la más importante de las artes visuales, de hecho, ha compartido con la pintura y la escultura, sus compañeras, así como con la música y la poesía, la difícil tarea de interpretar racionalmente la naturaleza. En efecto, en la antigüedad clásica se consideraba que la naturaleza era el reino de la realidad y que el conjunto de las artes definía un terreno artificial, o mejor dicho, artificioso, que aludía en todo momento a aquella. Se entendía, por tanto, que el arte imitaba a la naturaleza.

Los órdenes de la arquitectura clásica, el dórico, el jónico y más tarde el corintio, fueron explicados por Vitrubio –el primer tratadista de arquitectura cuyo libro ha llegado, aunque sin láminas a nosotros- como interpretaciones del cuerpo humano, tanto masculino como femenino. Este decorum vitrubiano es el que confería a las construcciones su carácter de arquitectura. Las tres artes figurativas compartían este carácter antropomórfico y, por lo tanto, su origen.

Cuando la cultura del Renacimiento recuperó los parámetros del clasicismo antiguo y los mezcló con la doctrina cristiana, la unidad de las artes se mantuvo gracias a la teoría del neoplatonismo. Tendríamos que distinguir, no obstante, diferentes periodos en los que una de ellas mandaba ocupando el lugar hegemónico. Era el centro para las otras. En aquel momento todas las artes, tanto las visuales como las otras, podían definirse por adjetivaciones. En los momentos en los que la arquitectura era el arte central, es ella el tema de la pintura o de la escultura. Si el centro se desplaza hacia la música, en la arquitectura encontramos los mismos esquemas proporcionales de sus intervalos. Si el centro es la poesía, la escultura adopta las formas que la estatuaria romana otorgaba al espíritu de los héroes. Sirva como ejemplo la pareja de cuadros con los que Nicolás Poussin ilustró la historia de Foción, tema tomado de los textos de Plutarco, recreando paisajes de la perdida Arcadia. El pintor formaliza intereses idénticos a los que se aplicaban a la estatuaria. Paisaje solemne, tono heroico, justicia histórica, presidido todo por una arquitectura colocada en el paisaje con precisión matemática. Esta larga época acaba con el pintoresquismo romántico, la pintura –el arte romántico por excelencia- desplaza al resto de las artes, incluso a la música, hacia el pintoresquismo, hacia el pictorialismo.

El siglo XIX tan repleto de lujo y de espíritu productivo, organiza alrededor de la arquitectura un conjunto de artesanías que ocupaban a las nuevas masas proletarias. Una vez más la arquitectura era la que acababa materializando el sueño wagneriano de la obra de arte total, y no solamente total por aglutinar a todas las artes, sino también por querer alojar en su interior la vida. El teatro de la ópera es el ejemplo más completo y la Ópera de París el mejor de todos los ejemplos. La industrialización desbocada acabó en la primera guerra mundial que comenzó con cargas a caballo y lanza y acabó con gases mostaza y carros de combate.

Fue necesario recuperar posiciones más sólidas, aunque éstas representasen un retroceso. En 1919 Walter Gropius escribe el primer programa del Bauhaus y en 1920 Le Corbusier y Amadée Ozenfant publican la revista más influyente del periodo de entreguerras: L’Esprit Nouveau. “El mundo había cambiado –escribía Gropius- y la espantosa catástrofe de la historia mundial requiere una transformación de la vida”. Para conseguir sus objetivos Gropius le concede nuevamente el lugar hegemónico a la arquitectura: “Arquitectos, pintores y escultores han de aprender de nuevo a conocer y comprender la compleja forma de la arquitectura tanto en su totalidad como en sus partes”.

El Bauhaus aglutinó a su alrededor las diferentes facciones constructivistas europeas. La definición más clara de sus postulados la dio el líder del neoplasticismo Theo van Doesburg, definiendo la arquitectura como la síntesis de las artes: “La arquitectura es la síntesis de la nueva construcción plástica, la estructura está subordinada y sólo mediante la convergencia de todas las artes plásticas se puede completar la arquitectura”. Él mismo construyó el mejor ejemplo: la sala de baile del cabaret l’Aubette en Strasbourg. El volumen de esta sala queda definido por unos planos deslizantes dibujados por figuras geométricas pintadas con los colores primarios:

Esta sala quiere ser también una nueva síntesis en la que a través de la metáfora de otro arte: la danza –agitada por el nuevo y salvaje jazz band de los años veinte- esté también presente el cuerpo humano y su actividad: la vida.

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