El artista maldito: imágenes y estereotipos del creador visual en los medios de comunicación (Juan Gómez Isla, 2008)

La conferencia de José Gómez Isla titulada El artista maldito: imágenes y estereotipos del creador visual en los medios de comunicación (17 de diciembre de 2008) formó parte de la Jornada Temática Teoría de lo (in)visible. Arte y comunicación de la edición AlNorte 2008.

Doctor en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, ha sido director del Salón de las Artes y director del Departamento de Arte y Exposiciones del Instituto Leonés de Cultura, en la Diputación de León (1993-1996), ejerciendo también como comisario de exposiciones, crítico de arte y colaborador en diversas revistas especializadas como Lápiz o Exit Book, Exit Express, Foto Futura o Ubicarte.com. Actualmente es profesor de Comunicación Audiovisual en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Salamanca, donde coordina el programa de doctorado “Comunicación Audiovisual, Revolución Tecnológica y Cambio Cultural” y ha sido director del master “MBA en Empresas e Instituciones Culturales”. Ha publicado diversas monografías y ensayos como el libro Fotografía de creación, (Editorial Nerea, 2005), y ha colaborado en libros colectivos como Máquinas y herramientas del dibujo (Cátedra, 2002), coordinado por Juan José Gómez Molina, o La Matriz Intangible (2004) en la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra.

ENTREVISTA

– ¿Podríamos hacer un avance o síntesis de su ponencia en AlNorte’08?

Trato de explorar hasta qué punto los estereotipos culturales sobre la figura del artista plástico se perpetúan a través de los medios de comunicación; también cómo se siguen manteniendo los mismos tópicos sobre el artista bohemio, excéntrico, snob, en no pocas ocasiones emocional y psíquicamente inestable, cuando no convertido en un antisistema, o con pocas habilidades para las relaciones sociales, lo que le convierte en cierta medida en un inadaptado social.

– ¿Es esa la imagen que perpetúan los medios de comunicación de los artistas contemporáneos?

Ésa es sin duda una imagen profundamente arraigada en nuestra memoria colectiva, una imagen que hemos venido heredando desde el Romanticismo, y que hemos arrastrado posteriormente durante etapas profundamente convulsas (artística y socialmente) como las vanguardias históricas del siglo XX.

A fin de cuentas, todo artista vanguardista siempre se ha caracterizado por romper con los cánones fuertemente arraigados y establecidos de su época y, en ese sentido, desde hace ya más de un siglo, no solamente el gran público percibe al artista como un innovador permanente en su oficio, sino también como un rebelde y un irreverente con las normas sociales del tiempo en que le ha tocado vivir.

– ¿Se podría decir que hoy la imagen del artista está manipulada por su propia repercusión mediática?

La imagen del artista actual, no sólo se puede percibir a través de lo que él hace y de lo que piensa, sino también de qué aspectos se enfatizan en los medios o en lo que se hace mayor hincapié, como por ejemplo destacar de su personalidad creativa unos determinados atributos frente a otros. Esto se puede proyectar de muchas maneras, pero es cierto que en toda información transmitida a través de los mass media se generan (consciente o inconscientemente), imágenes que retratan y titulares que definen ciertos “encuadres noticiosos”, en cierta forma inevitables, que refuerzan aún más si cabe los estereotipos o los prejuicios acerca de este colectivo artístico, unos estereotipos que se han mantenido profundamente arraigados en la conciencia del espectador durante los últimos dos siglos.

En el caso de la imagen del artista bohemio, aquel que no se pliega a las leyes pequeño-burguesas del mercado y de la oferta y la demanda, consideramos al creador como alguien apartado del mundo, recluido en su estudio como en una torre de marfil, estigmatizado por la lacra de su virtud como creador maldito y predestinado a la incomprensión social de su tiempo. Hoy en día, aún podemos decir que determinados medios siguen transmitiendo esa aureola que rodea al artista como genio, perteneciente a otra categoría social, que no se rige por los mismos cánones de conducta que los demás. Y que incluso podemos llegar a justificar su propia excentricidad con el manido sambenito de: “Es normal que se comporte así. ¡A fin de cuentas, es un artista! ¡Y ya se sabe que los artistas están hechos de otra pasta diferente al común de los mortales!”

Lejos de la imagen glamourosa de otros colectivos artísticos, como los cantantes de éxito, los actores, los músicos o los literatos y poetas aclamados por la crítica, los artistas visuales no suelen prodigarse en eventos sociales, como premios o galas, sino que la imagen que se suele tener asociada a ellos es la del creador huraño, misántropo (y algo bruto) con ropa de trabajo manchada, en cierto modo desaseado, y que suele aparecer visualmente volcado en su trabajo manual, o bien reflexionando concentrado en la soledad de su estudio.

– En tal caso, ¿de quién es la culpa?

No creo que sea una cuestión de culpas. Los clichés y etiquetas son necesarios para enfrentarnos al mundo y para saber cómo abordarlo. Y en cierto modo, los prejuicios adquiridos (ya sean positivos o negativos) hacia lo que no es semejante a nosotros, o lo que consideramos extraño, por desconocido, nos sirven para manejarnos en el proceloso mar de la globalización contemporánea. Lo que también es cierto es que la herencia transmitida por determinados artistas que se mantuvieron fieles a sí mismos, y cuya vida fue digna de una biografía que ha trascendido su propia obra, han marcado con fuego la personalidad que la gente cree que debe poseer de forma innata el artista contemporáneo. A veces alcohólico, otras con instintos autodestructivos, casi siempre insatisfecho consigo mismo, y en no pocos casos perturbado, histriónico o ciclotímico. Pero raramente es concebido como una persona equilibrada y estable. Ahí tenemos el caso de Van Gogh, de Paul Gauguin, de Modigliani o de tantos otros artistas de vanguardia, como los surrealistas y dadaístas franceses o los expresionistas alemanes, que rompieron con los moldes culturales y los cánones sociales de su época, no sólo con su obra, sino también con su propia vida.

– ¿Qué papel juega la crítica de arte y el circuito expositivo en esos estereotipos?

Evidentemente, en los tiempos que corren se ha procedido a una espectacularización creciente de la cultura a través de los medios. Prueba de ello es que hoy en día no es tan importante que la obra posea un grado notable de calidad, sino que el artista y su obra destacen por su repercusión mediática, como algo noticiable. Y ya sabemos que en muchas ocasiones lo noticiable también está unido a lo escandaloso, lo excéntrico y a lo que se sale de la norma establecida. Por eso, la repercusión pública de algunos artistas, deliberadamente provocadores, como Jeff Koons, Damien Hirst o los últimos jóvenes artistas británicos galardonados con el premios Turner, como jóvenes promesas unidas sistemáticamente al escándalo, han cautivado a la crítica a la hora de escribir páginas sobre los acontecimientos que han causado un mayor impacto entre el público, aunque éstos aspectos noticiables sean abiertamente extra-artísticos. Pongamos el caso reciente de la cúpula de Barceló en Ginebra para Naciones Unidas. Se han escrito ríos de tinta sobre esta obra, pero se ha dedicado poco espacio a la calidad de la misma, y mucho a la politización que se ha hecho de ella, utilizándola como arma arrojadiza por parte de determinadas tendencias ideológicas, sin plantearse seriamente una crítica rigurosa respecto al discurso plástico que pretende transmitir.

– Y en el ámbito universitario, ¿se están haciendo bien las cosas?

Pues la verdad es que no lo sé. Estoy demasiado inmerso en la institución universitaria como para ser capaz proyectar una mirada objetiva y distanciada sobre la misma. Sin embargo, creo que la Universidad es uno de los pocos lugares donde todos los que la forman y conviven con la enseñanza (estudiantes, profesores y gestores) están centrados en una serie de inquietudes e intereses comunes. Ya sea apostando por enseñanza de la técnica o por la reflexión en torno al concepto que debe regir una obra, un proyecto o un discurso concreto, o bien por ambas cosas a la vez, que pueden y deben ir intrínsecamente unidas, la Universidad es uno de esos pocos lugares donde la preocupación se centra fundamentalmente en reflexionar sobre arte, fuera de los circuitos mediáticos y de las leyes del mercado. Aunque quizá el exceso de “altruismo artístico” que se respira en las facultades de Bellas Artes lleve incluso a alejar demasiado a los futuros creadores de lo que la sociedad les demanda, y quizás sería deseable un debate en profundidad sobre cuál debería ser el papel del artista en el momento actual, y cuál su compromiso la sociedad de su tiempo. Pero ésa, sin duda, es otra cuestión.

– ¿Cuáles son los principales problemas que advierte en la gestión cultural del arte contemporáneo?

Creo que hoy la gestión cultural vive demasiado esclavizada por la crítica, por aparecer lo más posible en los medios y porque se avale su trabajo públicamente. Y esto lleva a que en ocasiones no se asuman demasiados riesgos, y que en muchas instituciones culturales se repitan los mismos esquemas y patrones de otras gestiones que ya han sido respaldadas y aplaudidas previamente por la crítica. A este fenómeno lo calificaría como “contaminación cultural” propia de la sociedad global. Y esto sucede con muchas instituciones culturales que apenas generan producción propia en su programación, sino que se limitan a introducirse en los circuitos de itinerancia de exposiciones o de otros eventos culturales (no sólo plásticos) que ya han sido testados en otros contextos culturales y que han tenido un éxito probado. En ocasiones, también puede imponerse el eco mediático y la repercusión social de una determinada iniciativa, por encima incluso de la calidad artística de la obra presentada. Y esto obedece a la “espectacularización de la cultura” a la que ya me he referido anteriormente. Hoy en día prácticamente ya no hallamos diferencias significativas entre “cultura” y “espectáculo”, con el peligro que esto comporta. Pero esta amenaza creciente (y el empobrecimiento cultural derivado de ella) ya fue anunciada por Guy Debord (en 1967) y por la escuela de Frankfurt hace más de medio siglo.


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