La fragilidad de la medusa (Carmen González, 2007)
La instalación viene precedida por una doble preocupación. Por un lado, la necesidad de reflexionar sobre el “imperativo de ver y visualizar”, que domina nuestra cultura contemporánea y que en ningún caso es algo inocuo. Por otro lado, el deseo de capturar la inquietante ubicuidad, en esa tendencia compulsiva actual a mirar y ser mirado, de un fenómeno que ha sido tratado repetidamente desde que se le diera la primera versión mitológica: la “medusación”. En la imagen del monstruo femenino que petrifica a quien se
encuentra con su mirada, al igual que en los numerosos sucedáneos y herederos de ese ser mítico, se constata siempre que la mirada tiene la capacidad de reificar, de convertir en cosa al sujeto mirado… y al propio ser que mira. Lo que está detrás de esta idea, en sus múltiples versiones, es que la forma de mirar nunca es neutral.
La superficie bidimensional del lienzo -y de los dibujos que lo refieren desde las paredes- se extiende a todo el espacio de la sala a través de conexiones con puntos de enlace externos. Los haces de cuerdas, que taladran la silueta de la Medusa desde los ojos exteriores de cerámica, despliegan las relaciones espaciales del cuadro por todo el entorno, predeterminando mediante su ubicación un cierto itinerario en la recepción de la obra. Así se involucra también al espectador, quien ha de buscar un recorrido propio de visualización en el que se hace evidente la materialidad del mirar, el impacto sobre el mundo de las formas de ver, la hostilidad de la mirada de los otros que a menudo se hace necesario esquivar, la violencia silenciosa pero tangible de la mirada, la vulnerabilidad del ser mirado…