Moca, ciudad marmórea (Pepa Pardo, 2002)
Pepa Pardo, urbanista de la ciudad marmórea.
Javier Ávila, junio de 2002
La ciudad marmórea se oculta bajo una piel que no le corresponde, recurre al artificio de parecer lo que no es, falta el tacto y el frío que el cuerpo busca en su contacto, cuando el calor se hace insoportable y la superficie dura se ofrece como el lugar más acogedor posible.
Bajo la apariencia granítica la estructura es de papel, mucho más frágil, poco resistente, cálida y gratificante, se convierte en auto-referencia de necesidades con las que acometer el día a día.
En todo esto late la imposibilidad de inventar la ciudad, delimitada y preconcebida, la traza arquitectónica siempre parte del papel para, a posteriori, ser otra cosa. Esa superficie no suple a la piel, el olor y la memoria se deben establecer en sus cruces y ventanas. La ciudad barroca es lugar para los sentidos, supongo que también la clásica utópica en su ciudadanía, pero el sonido, el disfrute de la vista o el gusto es absolutamente barroco en su gozo.
El espacio político por definición sólo se muestra vivo en su tránsito. No se trata de ideología sino de aptitud vital ante el medio, los itinerarios los marca la música y su ritmo camuflados en el anonimato, independientemente de la extensión geográfica a la que nos enfrentemos.
El tiempo es distinto en cada lugar, depende de la importancia que se le otorga. No deja de ser paradójico el tiempo que el hombre pierde en medir el tiempo, cada vez de forma más precisa, precisamente para no perder el tiempo, incluso hay quien lo diferencia entre tiempo ganado y tiempo perdido, como si fuesen adjetivos aplicables, para ello la ciudad es prevista de tal forma que, será más valorada aquella que establezca los circuitos más idóneos en términos temporales para, al final, llegar al mismo lugar, ello en detrimento de la propia ciudad que pasa a ser una absoluta desconocida para quien la habita y se ve en la necesidad de llenarse de referencias visuales que nos sirvan de marcas para orientarnos, independientemente de la ciudad en las que se coloquen, siempre nos llevarán a los mismos sitios.
Trujillo se pasea por sus calles y observa su gran obra, acometida para la posteridad, sin ninguna posibilidad de llegar a ella, la humedad se impregna de lo más profundo y sólo queda la fiesta y el gozo para sobrevivir.
Entre el mármol y el bambú, la polis debe mostrarse lo suficientemente inteligente como para encontrar la justa medida en la que desenvolverse y llevar a cabo la fantasía siempre racionalista de la maqueta. Estas escalas dejan la ausencia del habitante, recordados en sus siluetas, el recorrido histórico, el imaginario urbano toma forma en tránsitos naturales dados por la vivencia, se construye como en un ejercicio de memoria, también desde la amnesia de negarse a recordar, como si en ello se fuesen los errores a los que tanto debe el urbanista.
Se observa la capacidad individual a la hora de acometer la magna obra que supone la imagen de ciudad, personal e intransferible, el plano se nos hace inútil en nuestro anhelo de pérdida como estado ideal de ciudadano de la urbe.
Pepa Pardo recoge esa pretensión y la lleva a la práctica, en un ideario de recuerdos y obsesiones lastradas desde mucho tiempo atrás. Sus inclinaciones estéticas son plasmadas en un juego entre la ironía y el desencanto, sabedora de que la ciudad nace del papel, hace uso del mismo para dar cobijo a sus fantasmas que tan buena compañía le ofrecen.
Con la muerte del General sucumbía su disparatada idea de construir un mundo civilizado, blanco y marmóreo, una polis según los principios atenienses de la unidad de la acción y la palabra.
Moca es el instrumento para saldar una deuda, Pepa no olvida sus compromisos.