Dos telediarios [matarile lirerón] (Fernando Castro Flórez, 2008)
La conferencia de Fernando Castro Flórez titulada Dos telediarios [matarile lirerón] (15 de diciembre de 2008) formó parte de la Jornada Temática Teoría de lo (in)visible. Arte y comunicación de la edición AlNorte 2008.
Profesor titular de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Autónoma de Madrid y del Master de Arte de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido coordinador académico del Instituto de Estética y Teoría de las Artes, codirector de los Encuentros Internacionales de Arte Contemporáneo de Arco y del Simposium de Arte Latinoamericano del Consorcio de Museos de la Generalitat Valenciana. Premio Espais de Crítica de Arte al mejor proyecto cultural, ha impartido cursos de doctorado, clases y conferencias en numerosas universidades y museos nacionales e internacionales. Es crítico de arte en ABCD las Artes y miembro del consejo de redacción de varias revistas culturales. Forma parte del Patronato del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofìa y asesor de numerosos comités artísticos Ha escrito una decena de libros sobre arte y artistas, siendo comisario de un amplio número de exposiciones dentro y fuera de España.
Resumen de la conferencia
‘Dos telediarios (matarile rilelón)’ es el título del que parte la esperada charla de Fernando Castro Flórez (Plasencia, 1954), uno de los críticos más conocidos del panorama internacional. Su participación, dotada de un ingenio expresivo poco habitual, mantuvo en vilo a propios y extraños y ofreció una visión muy particular de la ideología de la comunicación en el ámbito de lo artístico.
ENTREVISTA
– Tu ponencia en AlNorte’08 partirá de la crítica de perniola a la ideología de la comunicación y de la necesidad del arte de llegar al público. ¿podemos hacer una síntesis de sus contenidos?
Estamos sometidos, desde hace décadas, al imperio de la comunicación que reduce todo a “mordicos” y a cosas pretendidamente interesantes. Sólo lo escandaloso o lo decididamente ridículo tiene carta de naturaleza para entrar en la mediación. Estamos, literalmente, obligados a ser propagandistas de lo absurdo, como si hubiera que dejar aparcada cualquier intención crítica. Mis paródicos “Dos telediarios” pretender ser una palinodia del sistema onanista-comunicativo, esto es, un diagnóstico humorístico de aquello que nos envenena.
– ¿Qué papel juegan ahí la crítica de arte, los centros expositivos públicos y privados y los medios de comunicación? ¿Quién tiene más peso comunicativo?
En realidad, casi todo pesa lo mismo: nada. Con los periódicos de ayer se envuelven los bocadillos, aunque sea en sentido metafórico, de hoy. La crítica cultural es una suerte de rémora tradicional o un inconsciente complejo de culpa de las empresas de la comunicación que, a fin de cuentas, consideran que todo lo que se viene a decir sobre el arte es pura cháchara. Evidentemente los centros de exposiciones son clientes potenciales y no es bueno darles latigazos con demasiada frecuencia. Un poco de pomada cínica y bastante pasteleo son el tratamiento normalizado para que el burro siga girando en la noria.
– Arte actual, ¿cultura, espectáculo o ambas cosas simultáneamente?
Aunque el deseo político sería que acentuara su dimensión de espectáculo, incluso con ribetes patéticos, lo manifiesto es que no llega, habitualmente, ni a la tonalidad de lo meramente entretenido. La cripta ‘cultural’ y las sotanas ‘académicas’ ofrecen una precaria protección frente al ‘tsunami’ de lo que, con Virilio, llamaríamos la estética de la desaparición. A nadie se le escapa la paradoja de que en la época de la proliferación museística lo que cunde es la amnesia, y eso sin haber pasado por el país de los lotófagos.
– ¿El público acepta todo lo que dan o es cada vez más selectivo?
Me gustaría pensar que los públicos, siempre en plural, establecen líneas de resistencia. Si bien el conocimiento de los fenómenos culturales está muy extendido dudo de que gane en intensidad. Detecto poca indignación, mucho fatalismo y, lo peor, una certeza de que finalmente las instituciones no quieren escuchar otra cosa que el de dato con las cifras infladas de visitantes.
– La transmisión de conocimientos y, por tanto, la comunicación del arte entre los estudiantes, ¿está bien orientada?
El papel de la historia del arte en la enseñanza secundaria es mínimo y en la universidad la titulación está, en términos generales, muy escorada hacia lo clásico. Incluso aparece un desprecio obstinado hacia lo contemporáneo porque, dice el tópico, ‘no tenemos distancia histórica’. La orientación es, por simplificar, carca. Seguramente los estudiantes esperarían que toda esa cantinela de que los cambios de planes de estudios llevaran a una enseñanza mejor y con más capacidad de incidir en lo que pasa. En este asunto, más que cualquier otro, soy un pesimista absoluto: solo sucede (hacia Bolonia o lo que sea) lo peor.
– El crítico de arte hoy es también comisario de exposiciones y, con frecuencia, gestor cultural, por exigencias del guion, ¿no crees que eso nos complica mucho las cosas?
No tiene que ser imposible dedicarse a ‘editar’ el arte, ya sea en el formato de una crítica, una publicación o una exposición. La complicación aparece cuando no se hace mínimamente bien ninguna de las actividades y el sujeto en cuestión se camufla o trasviste torpemente. En nuestro país abunda el gestor despiadado y casi analfabeto, el crítico de boquilla y el comisario que no da un palo al agua. Con sus existencias anecdóticas se podría componer un guion, retomando lo que dices en tu pregunta, para una comedia de enredo.
– ¿Crees que tus perspectivas han cambiado mucho a lo largo del tiempo?¿cómo percibes tu evolución profesional? ¿más ilusión que antaño o menos?
Comencé, apasionadamente, en la crítica literaria, pero pronto la mezquindad de los poetas que fui conociendo me hizo abandonar toda esperanza. Fue la experiencia desconcertante del arte povera lo que me llevó a la crítica de arte. Tuve la fortuna de encontrarme, cuando no era otra cosa que un completo ignorante, con dos maestros a los que rindo tributo: Nacho Criado y Javier Utray. La proximidad de artistas que habían desplegado su lenguaje en los años setenta marcó muchó el sesgo de mi escritura. Fui, aunque a veces no lo parezca, dejando de lado el corsé filosófico e intentando hacer una ‘lectura atenta’ de obras que, con frecuencia, me reclamaban desde el desconcierto. No he intentado, en ningún momento, hacer una crítica militante, al contrario, he sentido que nada impedía que me pudiera gustar unas pinturas, una instalación, un ‘performance’ o un video. Tampoco me ha interesado lo ‘generacional’ y, afortunadamente, quedó hace años atrás la posibilidad de que se me asociara con ese subproducto llamado ‘arte joven’. Las tendencias deliberadamente banales, la cantinela de la cultura Dj, las complicidades atolondradas y, por simplificar, lo ‘simply beautiful’ eran y son lo que detesto. Sigo, a pesar de todo, más que ilusionado jovial, intentando transformar el pesimismo en fuerza contra el resentimiento. Siento, eso es lo propio de la crítica, decir lo que pienso.