Arte público (Javier Maderuelo, 2004)

Javier Maderuelo

La conferencia de Javier Maderuelo titulada Arte público (17 de diciembre de 2004) formó parte de la Jornada Temática Arte público y espacios públicos de la edición AlNorte 2004.

Doctor en Arquitectura e Historia del Arte, Javier Maderuelo es comisario de exposiciones, editor y ensayista en diversos medios e instituciones nacionales, mientras ejerce como Catedrático de Arquitectura del Paisaje en la Universidad de Alcalá de Henares. Ha participado en más de cincuenta cursos, seminarios y programas de doctorado en las universidades de Valladolid, Politécnica de Valencia, del País Vasco y de la Escuela Superior Artística de Oporto. Entre 1995 y 1999 dirigió el programa, los cursos y las publicaciones Arte y Naturaleza de la Diputación de Huesca. Ha escrito varias monografías de artistas (Cristina Iglesias, Andreu Alfaro…) y, entre sus numerosos libros, destacan “El espacio raptado”. “Interferencias entre arquitectura y escultura”, “Arte público” o “La pérdida del pedestal”.

Conferencia

Arte público, Javier Maderuelo

La Ilustración que, entre otras cosas, provocó la Revolución Francesa, inculcó las ideas de libertad en la Europa de finales del siglo XVIII. El ciudadano libre lo es sólo si puede desarrollar sus actividades sociales con dignidad, si es capaz de tener un alto concepto de sí mismo como individuo y como elemento social.

Este tipo de ideas ilustradas va a tener un inmediato reflejo en el escenario urbano. Las plazas y jardines, los lugares más significativos de las ciudades y las villas, van a ser el hogar idóneo de monumentos erigidos en memoria de hombres que se han destacado por sus obras en favor de la Humanidad; así, grandes científicos, músicos o literatos serán el motivo preferido de los monumentos públicos durante el siglo XIX. Con la implantación de este tipo de estatuas en las calles no se trataba únicamente de ornamentar la ciudad, cosa que se hubiera podido realizar con cualquier otro tipo de elementos decorativos, estos monumentos tenían un fin determinado que aún hoy cumplen, fueron erigidos confiriendo a estas esculturas el fin de servir de educadores sociales, presentando a los prohombres como modelos públicos de comportamiento y admiración.

La ciudad moderna, que es un producto resultante de la especulación económica y no de la razón, con sus bloques de viviendas y sus zonas industriales, ha abolido los espacios significativos de que gozaba la ciudad ilustrada. Los escenarios neutros e impersonales de la urbe moderna niegan la posibilidad de erigir estatuas y esculturas, entrando así en crisis la idea del monumento público. Por otra parte, el arte contemporáneo, con sus formas abstractas y sus lenguajes crípticos, crea obras complejas, de difícil comprensión, que pueden parecer aún más elitistas que los rebuscados refinamientos del arte burgués.

En muchos casos, las obras contemporáneas se vuelven incomprensibles para aquellas personas que previamente no han hecho el esfuerzo de intentar descubrir los motivos de su génesis; de esta manera parece como si el arte actual se hubiera alejado de las gentes comunes y, por lo tanto, resulta inútil como vehículo de esa labor de educación que la Ilustración asignaba al arte público.

Los núcleos de población actuales, que perdieron su significación en beneficio de una supuesta funcionalidad, que jamás llegaron a conseguir plenamente, se apresuran ahora a intentar recuperar, a través del arte, esas cualidades significativas que, en otras épocas, hicieron famosas algunas urbes, gracias a la magnificencia de sus lugares mis representativos, configurados par la gracia de grupos escultóricos y ricos jardines. Pero la tarea no es fácil, tras casi un siglo de olvido, ni los artistas, ni los comitentes públicos, ni los ciudadanos, se encuentran en condiciones de aceptar el reto de recuperar un espacio público como lugar simbólico y representativo a través de las obras de arte.

La tarea que ahora hemos de encomendar a los artistas que trabajan en el espacio público no es fácil. No se trata de que ellos, dejando correr la imaginación, nos deleiten con masas y volúmenes producidos por su genio libre de ataduras, sino que, por el contrario, es necesario que ellos sean capaces de captar las esencias y las vibraciones particulares que emanan del lugar en el que la obra se va a ubicar y respondan, desde su genialidad de artistas, a cada una de las circunstancias particulares.

Desde hace unos treinta años algunos de los más importantes artistas actuales han empezado a tomar conciencia de esta necesidad e interesarse por situar sus obras en el espacio público; para ello han tenido que cambiar sus métodos y procedimientos de trabajo, y emplear nuevos materiales con el fin de elaborar obras cuyo destino no va a ser ya la cómoda galería de arte o el sacrosanto museo, porque las obras que van a ser ubicadas en la vía pública deben soportar las inclemencias meteorológicas, la ira de los gamberros, el acoso de los automóviles y el inevitable desgaste físico y visual al que la cotidianidad somete a todo elemento público. No se trata, por lo tanto, de una simple mudanza en la ubicación, de un cambio de materiales o de una ampliación de la escala de los volúmenes escultóricos. La obra de arte que se va a instalar en el espacio público requiere, además de una relación con el lugar y de una carga significativa, condiciones que no pueden ser añadidas a posteriori, sino que deben estar presentes desde los orígenes de la gestación de la obra. Esto supone una cierta voluntad inicial que hace que este tipo de obras se diferencie de aquellas que pueden ser transportables y, por lo tanto, que encuentran acomodo en cualquier sitio.

La consideración de estas particularidades hace que podamos hablar ya de un nuevo género artístico, forjado en estos últimos lustros, que denominaremos “arte público”, cuyo destino es satisfacer al conjunto de ciudadanos no especialistas en arte contemporáneo y cuya ubicación es el espacio abierto. Además, la obra de “arte público” debe conferir al contexto un significado estético, social, comunicativo y funcional.

El problema más importante con el que los artistas contemporáneos deben enfrentarse es el de rearmar de significación la obra de arte público, una vez que se ha agotado el enfrentamiento, planteado en los años sesenta, entre abstracción y figuración. La antítesis de la abstracción irreferencial no se halla en la figuración, sino en conseguir dotar de significación y carácter a las obras de arte público, que parecen navegar aún sin rumbo fijo. El problema consiste en conseguir que, independientemente de que la imagen de la obra pública sea figurativa o abstracta, ésta tenga un carácter significante capaz de que los ciudadanos se puedan identificar. Por eso hay que intentar recuperar la capacidad de significar en la obra de arte actual.

Desde finales de los años 60, financiadas tanto por particulares como por instituciones, se han ido produciendo en Europa y en América una serie de experiencias artísticas y de equipamiento, tan dispersas como desiguales, que han dando lugar a manifestaciones de muy diferente taxonomía. Por un lado tendríamos las acciones, más o menos técnicas, de microurbanismo dedicadas al acondicionamiento de plazas, calles y enclaves monumentales, a través del proyecto y la construcción de equipamiento público, mobiliario urbano y diseño ambiental. Por otro, las acciones que podríamos denominar “artísticas”, que corresponden a la arquitectura de autor, el arte público, la jardinería, el land art y los earthworks.

El hecho de que muchos de estos trabajos y obras se realicen aisladamente, e incluso con un desconocimiento culpable unas de otras, ha conducido a una dispersión de las experiencias y a una desconfianza recíproca e insalvable entre profesionales y técnicos, entre técnicos y artistas, así como entre los artistas de distintos géneros, que tiene aún muy difícil solución.
Los artistas más capaces han desarrollado obras de land art y eatrhworks en lugares recónditos, alejados de las zonas urbanas, en desiertos y parajes abandonados por la industria o la minería, demostrando la capacidad que pueden tener para excitar el territorio, construir obras de indudable impacto visual, recuperar lugares degradados y, sobre todo, para dotar de carácter y significado a los parajes supuestamente más irreferenciales, como son los áridos desiertos.

Pero no todos los artistas que elaboran obras de gran escala y de carácter ambiental han eludido la polémica social que conlleva cualquier actuación artística de gran escala y con trascendencia pública.

Desde Richard Serra con su concepto de “site specifity” o Gordon Matta-Clark con sus acciones destructivas sobre edificios, hasta las obras ambientales y regeneracionistas de los escultores urbanos como Daniel Buren o Dani Karavan, pasando por las propuestas utilitarias de artistas del arte público, como Siah Armajani, Scott Burton, Mari Miss o Alice Aycock, se ofrece hoy día un enorme espectro de tendencias artísticas y actitudes estéticas que reclaman un estudio y una clasificación atendiendo no sólo a categorías estéticas sino a las diferentes fenomenologías en las que se encuentra inmerso todo hecho social y público.

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