Habitación (Blanca Nieto, 2003)

Habitación, de Blanca Nieto,  se presentó en AlNorte 2003. Galería Cornión (Gijón), 7 de noviembre de 2003-.

 

Habitación, de Blanca Nieto

César Delgado Martín

Adentrarse en el enigma del arte constituye hacerlo en el eurítmico encuentro entre lo que nos es propio y lo ajeno. Como si de un viaje de regreso se tratara nos encaminamos al interior de un vacío, al espacio hueco de una pregunta cuyo enunciado somos nosotros mismos.

Quizás el arte fue siempre una habitación, un sistema de conjugación, casi celular, entre lo interno y lo externo; un lugar en el que hemos ido introduciendo muebles y adornos, un lugar bajo el que situar elementos para producir un orden o su inversión. Mas, es posible, que la estructura elemental sea la de una habitación, al fin y al cabo, la de un vano demandante.

Como si de un desafío se tratase, el reclamo de la obra hace mella en nuestro cuerpo, en la memoria, proponiendo un desplazamiento que es aún tiempo de avance y retroceso. Una odisea hacia lo desconocido y una invitación al recuerdo, a la introversión en lo íntimo. Es en el “tránsito”, en el deleite de penetrar y emerger, de pertenecer y escindirse, donde haya la obra su naturaleza más embriagadora.

Las ventanas, miradores situados en la obra referida, nos ofrecen una doble dinámica entre el lugar en el que nos situamos y el observado. Diálogo de situación, de una mirada transgredida, en la que acceso y retirada son quiebros en el marco de la obra.

Situados en el exterior, la habitación nos reclama con la forma de una promesa: a través de las telas, que conforman las paredes, parece traslucirse la imagen de unas sillas que ocuparán, amueblando, el interior. Al penetrar en el espacio y avanzar por su vacuidad nos percatamos de que lo contemplado desde fuera no es sino una ilusión producida por la impronta de aquellas sobre las paredes. Sea así la primera condición del arte, ocultar, aun mostrando generosamente el objeto de las expectativas truncadas. Ocultar, omitir, ya que sólo tras este velo adquieren los elementos su verdadera fuerza y cariz. Son las huellas de estas sillas (evidencia física de la elipsis del individuo) nueva condición paradigmática en la obra; una frustrada promesa de reposo, el “rastro” de un hueco que nos atrae hacia el interior de un misterio. Doble vacío, el de la silla y el de su ausencia, blanco sobre blanco.

Sólo al acceder, cuando la experiencia del trayecto nos convierte en neófitos, se nos hace participes de la condición vacante. De aquello que, si bien vislumbrado, deja ahora el deseante sabor de la pérdida, del recuerdo ligado a un rastro que aferra una presencia irrecuperable. Es el mismo viaje el encargado de evacuar lo anhelado, mostrando en el regreso la condición de imposibilidad. Es, quizás, el arte ese lugar donde habita lo mutable, aquello que al pretenderse recuperar muestra burlón su circunstancia quimérica.
Atravesando el vacío marco (margen tradicional en la representación) de la puerta, nos abrimos paso entre la paredes endométricas que representan a escala 1:1 el mapa de una habitación, encuentro de espacios limítrofes entre lo íntimo propio y lo ajeno. Cartografía de la intimidad, espacio anamórfico y blando que adapta su forma según el sujeto que participa de la obra.

Es el arte, en su imagen, cercano a nuestra habitación (puede que a la inversa). Un espacio que levanta el espectador al penetrar en él, que se adapta a su habitante como el recuerdo lo hace a través de su reconstrucción en el tiempo por el sujeto. Un lugar de incertidumbre, de promesas frustradas y habitabilidad perdida, en el que siempre se obtiene un bien o mal mayor que el demandado. El regreso a un lugar (habitación, casa, arte) como estado; territorio ambivalente que acoge y rechaza a un tiempo, puesto que el sitio que indica y significa se sitúa en la memoria. Un espacio vencido, que se sobreviene, y en el que nos sumergimos como lo hiciéramos bajo las sábanas de la cama, buscando lo irrecuperable. Un espacio que amueblar con la identidad, con el poso adherido a las paredes de una ausencia, como polvo acumulado por el tiempo, pátina desprendida de nuestra piel muerta, prendida ornamentalmente en la dermis de la habitación; humus desprendido formando ahora jirones vegetales que crecen en curvas y contra-curvas sobre las paredes de un inmenso vacío. Ocres posos que se extienden como recuerdos enredados en los pliegues de una piel, en las arrugas de un dibujo, abrazando, aplanando lo propio y lo ajeno. Recuerdos prendados, ahumados sobre la tela que sujeta el vacío mismo.

Habitar en esta obra es tocar el esqueleto de una pregunta, deslizarse por un enorme bolsillo desde donde a través de alguno de sus agujeros poder rascar la piel misma de la memoria.

Es el arte un lugar de descanso, de reposo, de regreso, de cura para la vida; como una habitación blanda, o puede que el dibujo de una silla. El dramático tránsito entre una presencia que no sacia y un vano que demanda.

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